"El caballero R. G., Suipacha 512, piso 5º, U. T. Libertad 2885,
de 5 a 8 de la tarde todos los días, sabrá reconocer, fino y discreto, cual-
quier gentil noticia que se le suministre acerca de las bellas Señoritas a
que los subsiguientes datos, con respeto, se refieren."
"He aquí lo que ocurre: y ojalá así como soy de verdadero sean de crédulas las personas que se detengan a escucharme. Los hechos, datos y los deseos de mi amigo y míos que se exponen son reales. Todo es verdad aquí, si nada lo es en el alma de quien descuida regar sus sueños, mimar su esperanza.
Puedo asegurar que estoy tan triste mientras escribo encerrado en habitación inadornada, sin nada que llame o acompañe, en esta pieza que nada me dice, solitario a eatas horas del amanecer en que todo habla de extenuación, de la vida en muerte, del deseo cansado de volver a la vida, de haber concluido, que siento miedo de saber que tengo un hombre, que soy humano y existo. Qué soledad terrible! ¿Qué estas, Vida, tejiendo conmigo que tanto te seguí y te comprendo?
Y tú, dulce criatura, pecho de todo amor, dolorida juventud, flor sin sol, niña que ya dejó sin sueños la vida, incomprendida por los malos, inadvertida por los buenos atareados, qué soledad valerosa la tuya Adriana, que no tienes siquiera la pluma para envanecerte de quejas como yo en mis cobardías! Adónde voy cayendo!"
Macedonio Fernández, "Una novela que comienza" (1941).