Thursday 19 January 2012

Cartas para que descanses

I

Prueba de mi tuyo entendimiento

No te desveles, amigo

aquí las cosas

tampoco suceden,

todo es inminente aquí y allá:

la caída del cielo raso,

mi aplastamiento,

el tuyo,

el grito de la mujer de ojos blandos;

todo se cae demaduro.

¡Vieras con qué ojos me miran

las lánguidas cosas que van a pasar!

Me pinchan, me agarran,

Me dan vuelta, me abren, me duermen,

me doblan.

Toman de mi vaso y no lo lavan.

De ahí ese gusto a té de limón.

Aquí y allá,

y la piedra en el costado.

No te desveles, amigo

Aquí también

Las cosas

Se me escapan.

II

Prueba definitiva de la nimiedad humana

He asistido ayer al oleaje del mar en un momento cualquiera de la noche:

Las cosas suceden

III

Ejercicio de la nimiedad

Tal vez en un valiente acto de fe debas recortarte el bigote, darle un empujoncito a la aleta del ventilador para que dé una, dos y tres vueltas pesadas y se emborrache definitivamente (hasta que no pueda) en su propio vigor. No eliminarlo sino acondicionarlo, prepararlo para el futuro. Volverte, por un rato y ya que no es posible el cien, ochenta o noventa por ciento acto; que quede apenas un diez por ciento del otro lado, sólo como garantía, donde podremos poner tu boca inútilmente abierta y los ojos de fantasma degollado frente al espejo. Después me contás.

Los árboles

Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
Y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
Cuando se juntan en los parques:
Sólo conversan los m
ás viejos,

Los que reparten las nubes y los pájaros,
Pero su voz se pierde entre las hojas
Y muy poco nos llega, casi nada.

Es difícil llenar un breve libro
Con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
De un tordo negro, ya en camino a casa,
Grito final de quien no aguarda otro verano,
Comprendí que en su voz hablaba un árbol,
Uno de tantos,
Pero no sé que hacer con ese grito,
No sé cómo anotarlo.


Eugenio Montejo