- El miedo a la cursilería
es una suerte de queismo; espantosa omisión por tonto recato, Gustavo. Te lo
digo sin tapujos, total te tiene sin cuidado y, si te lo repitiera cientas de
veces, tantas otras lo olvidarías.
-Tanta “T” nos va a
tumbar, Tano.
-¿Te parece?
- Sí. Tené en cuenta
que todos trajimos cientos de paquetes rebosantes de, emes, jotas, zetas, vocales, etcétera.
Y te aviso que por culpa tuya van quedando una “T” por cada siete de las otras.
- Tch! Me las estás
complicando; estoy tratando de ir al punto, y vos te despachás con esta sarta
de abstracciones dialécticas que te tienen tan temático.
- Tenés razón. Te
voy a oír un rato. Desconecto el teléfono para no estar pendiente; vos mientras
templá tu dichos, Tano, templalos hasta que surja una casi telepatía y de
pronto te calles y yo te entienda. Seguro te vas a calzar el traje de
trasnoche, y está bien, porque es el único traje que le sienta a tu tipo.
- Te voy a pedir que
no me tengas atrapado en ningún tipo de traje. Ahora dirás aquello de la cuestión
de los temperamentos; te detengo antes.
- Tranquilo, Tano. Y
arrancá a teorizar, que yo te escucho y te recibo bajo el efecto terciopelo del
té de tilo.
-Te estás
contradiciendo. Pedazo de tren sin vías, turco sin turbante. Te advierto, no te
pongás taciturno, que te veo de buen talante y te sienta bien. Ni que te
hubieran regalado la tabaquería Tilsons. Te lo cuento y no lo escribo para
ahorrar tinta y porque es más fácil; si de pronto no me entendés o no estoy
dando en la tecla, retraigo las tónicas, retomo desde el más alto estrato, y
ahí reformulo o le cambio la textura, y todos felices y contenidos.
- Dale, timorato,
traficante de trascendentales. Me contagiaste, ¿te das cuentas? No quiero
hablar más. A que, te adivino, vas a virar por los trechos de alguna Dulcinea
del Toboso… ¡Subí el telón y ponete a trabajar!
- ¿Trajeron más “T”?
- Alguna queda.
- Voy. Si me topo
con alguna tranquera, ajustá un poco la cincha y me voy a despertar.