Tuesday, 28 February 2012


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(Me quede ahí, mirándome la mano izquierda, veinte, treinta segundos; un minuto. Murmuraba una canción; no me acuerdo cuál era. Entre estrofa y estrofa le agregaba un “puto“. El Crónica contra mi pantalón era el pulso; mis pies, un bombo y un redoblante.  Al final eso me habrá durado tres minutos, ponele. Después fui cambiando: pase por “luto“, “truco“, “fruto“. Probe “enjuto” y no iba. De fondo Larrea hablaba con un invitado; el Gordo Salinas, creo. Mi cabeza era un tren a doscientos por hora, pero no podía pensar en nada concreto. Estaba agitado y, diríase, divertido. También triste y urgente, pero lleno de energías. Con ganas de quemarme, Soñora.)  

Enrico Ciriglano iba a estar en Buenos Aires una semana. Después, Córdoba, Rosario y de vuelta a Milán. Estaba parando en el Sofitel, pero, por algún motivo, todas las mañanas se subía a un Mercedes blindado y desayunaba en el Hilton, en Puerto Madero. Lo sé, Soñora, porque yo lo ví. Lo seguí, entendés. Pegué otro faltazo al laburo y lo seguí un día y medio; tenía que verle la cara a ese. Si supiera de Suárez, el hijo de puta, si supiera de nosotros. De ésto harán diez días, ponele que once.

Pero no estoy como para andar reclutando mentiras, tanto ida y vuelta desde un mismo lugar. El único lugar que sos vos, Soñora, que soy yo. No me puedo negar tanto, me entendés. Nos parecemos tanto a las cosas, Soñora, uno está tan parado indefectiblemente en su lugar, siempre, que indefectiblemente le empieza a dar vueltas al perro que es uno. Lo que es, Soñora, To On. Una maravilla de verdad. No el DNI, Soñora; olvidémoslo. Rompamos la brújula, hermano, siempre estamos llegando, diría Suárez, de cualquier forma y color estamos llegando. Tanto cadalzo en el pecho para entenderlo. Nuestras armas, Soñora, la dulzura, el desenfreno, monedas para festejar, que si no abrazamos la vida como un también festejo, Soñora, toda esa luz que no se ve, Soñora, si no mudara en fuego mi tristeza, si no fuera flor aquella flor, ¿sería qué cosa bastarda? Andá y abrazá a tu vieja, me decía Suárez en otras palabras. Dejate querer por el pasto, sacate esas medias y dejate querer por el pasto, cansate un poco, querés, me decía Suárez. Un amigo viejo, un jugador distinto, viste; maquinista del Roca veintisiete años y yo lo conocí jubilado, haciendo el mango de guarda y ahora somos amigos. Qué honor, Suárez; pero qué honor tu consejo y tu silencio. (...)

CINE LORCA