Friday 31 August 2012

Amigo mío...

Amigo mío, tengo tanta necesidad de tu amistad. Tengo sed de un compañero que respete en mí, por encima de los litigios de la razón, el peregrino de aquel fuego.
veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido, y descansar, más allá de mí mismo, en esa cita que será la nuestra.
Hallo la paz. Más allá de mis palabras torpes, más allá de los razonamientos que me pueden engañar, tú consideras en mí, simplemente al Hombre, tú honras en mí al embajador de creencias, de costumbres, de amores particulares.
Si difiero de ti, lejos de menoscabarte te engrandezco.
Me interrogas como se interroga al viajero, yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido, me siento puro en ti y voy hacia ti.
Tengo necesidad de ir allí donde soy puro.
Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas las que te informaron acerca de lo que soy, sino que la aceptación de quien soy te ha hecho necesariamente indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas.
Te estoy agradecido porque me recibes tal como soy. ¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga?
Si todavía combato, combatiré un poco por ti.
Tengo necesidad de ti.

Tengo necesidad de ayudarte a vivir.


Antoine De Saint-Exupéry

Rótala Suela


Buenos Aires, 31 de agosto de 2012.

Al Excelentísimo Sr. Presidente de la Nación.
S                                      /                                    D.-

Con todo respeto, tome la bota de gamuza averiada del habitáculo para calzados situado en el ropero, o de donde sea que se halle. Deposítela sobre la mesa previamente tapizada con papel de diario. Véndele los orificios por donde sospechamos que miran a la bota sana. Encienda la radio, un cigarrillo. Haga que la yerba se cebe. Haga que la bota averiada se esté quieta; si fuera menester, sóbela. Amordácele la lengüeta y pídale disculpas. Separe un poco más todavía la suela de la bota –un poco más allá de donde se ha roto, y no pregunte por qué-, hasta su mitad, por ejemplo, y ponga la bota dentro de la morsa –si no gozase de morsa, en las manos de un hermano o de la primera dama, o bajo una silla previamente subida a la mesa, o debajo de una plancha de hierro o de su mismísimo culo. Extraiga el pomo de Fastix de su caja y desenrosque la tapita. Mantenga la nariz lejos y alerta. A esta altura, Señor Presidente, ya habrá despejado ambas superficies interiores –bota y suela- del polvo y goma de mascar tan recurrentes. Ahora, apretando con los dedos en lo gordo del pomo, describa sobre la suela una parábola de Fastix semejante a una dentadura postiza. Inmediatamente, de toque, Señor Presidente, y usted verá cómo se las arregla solito, cierre el pomo y una suela con bota, debiéndolos dejar unidos y bajo una presión aconsejable de ochenta mil kilos fuerza durante doce horas. Un broche le servirá; y a su vez broche y bota debajo de la mesa; y si lo deja la primera dama, broche, bota y mesa debajo de la casa (puede pasar a buscar el crique por mi despacho). Ello hasta que Fastix seque y suela y bota sean solo uno otra vez. ¡Cuidado! No toque nada si sus manos están manchadas con Fastix. No fume ni cambie el dial; no estornude ni acaricie a nadie. Permanezca con las manos en alto, lejos del cuerpo; si deseara pensar, procúrese una mano amiga para apoyar su barbilla; ni se le ocurra tener comezón, o, en realidad, rascarse, a menos que no le incomode permanecer en una pose deshonesta por el resto de sus días. En todo caso frótese contra los muebles. Bajo ningún punto de vista pierda la calma –pero eso es tan difícil como saber si alguna vez fue su dueño, Sr. Presidente-. Aguarde en ese limbo ruinoso que sólo el agua tibia procurada por un prójimo hará terminar. Una vez las manos despejadas de Fastix, póngase guantes, haga un bollo con el papel de diario y tritúrelo con tijeras de podar. Luego métalo en una bolsa y la bolsa en la basura. Ni se le ocurra echarle fuego; e insisto, ni se le ocurra exponer a la bota sana a semejante espectáculo de cuasi resurrección y gamuzería plástica. Cuando le toque, pues le tocará. Las doce horas de espera podrá invertirlas en lo que más quiera, realmente, de corazón. Gócelas, ame y mire sin temor. Cumplido el plazo –no sea impuntual para atrás ni para adelante- levante la casa, devuélvame el crique, quite la mesa y saque el broche de la bota. Tome la bota y deposítela junto con su melliza. Si todavía le sobra algún billete, gástelo en revividor de gamuza Rex. Mímelas un poco. Júreles que no son nobuck ni cuerina, y que ya están listas para que alguien –dicen que los hay y que son la gente más noble- las vaya a cuidar, gastar y querer como ellas, solo ellas, merecen. Con todo respeto, me debe una; hay quienes conservan durante añares botas de gamuza, rotas o sanas, en su ropero, ocultándolas de su vida en las veredas y de sus estoicos y cándidos usuarios. Mañana, en la reunión de Gabinete, me pasa el dato de la banda ancha gratuita, pues, lo entero, se ha corrido la bola.

Suyo, El Ministro de Hacienda.