Wednesday, 9 November 2011

Entonces, digo, hoy Brezzia moría. De cirrosis y dolor infinito hasta de metatarso.

"Y qué, carajo. Y qué. No me tomen en serio, les ruego, que eso contagia, y al ser ustedes mi cántaro, terminaré por hacer de mis últimos respiros un momento de mármol estúpido y estóico en vez de llamar al distribuidor para que me traiga cuarenta suelas Febo y fumar mordiendo cualquier pedazo de Lorena. Su llanto ha consistido, estas semanas, en lavar los platos puntillosamente".

"Lorena, me muero. Como cualquiera, he hablado y pensado de más. Mañana se cumplirán treinta días desde que la Señora de Páez dejó sus zapatos taco aguja. Son todos tuyos, querida. Si los reclamase, dile que he muerto. Te dirá que nada tiene que ver, pues no es decorosa; dile entonces que pasaron treinta días y que, por tanto, nos pertenecen. Si insiste, dáselos. No hay que ser, en nuestro oficio, instransigentes. Sin embargo, no conserves ni vendas los botines Sudamerica del chico de Soria; esperémoslo tres meses más si es necesario. El dolor físico me ha puesto insoportablemente lúcido acerca de dos cosas: no debe uno beber tanto; tus antebrazos y muñecas son una proeza divina, la quintaesencia de la realidad que ha conservado intacta mi locura a través de los años. Pi es igual a tres coma catorce. Necesito una convención abstracta para sentirme menos vivo y, por ende, vivo. Tontas horas de claudicación. Ya no quiero que laves los platos con tanta enjundia, querida. Si te hallaras triste, espérame en la pérgola de Jardín Brown, donde acordamos no encontrarnos nunca. Parecera un día cualquiera, un nunca cualquiera. Luego olvídame, o no, libremente. Perdón, no más consejos; no estaré y ese mundo ya no será mío. ¿Cómo suponer que se parecerá en un pelo a este otro que se esfuerza bajo mi peso? Notarás que te hablo en español castizo; es una costumbre que adquirí ahora. Siempre supe que lo haría en mi lecho de muerte. No es que tenga miedo, querida, pero estoy nervioso y me duele el estómago. Un día, quizás, que no será tal o será todo uno infinito, me dirás si también a ti te inquieto sobremanera, cuando decías chau, el que tus pensamientos se tornasen todos de color naranja y te mirasen como un congreso de cabezas de fósforo. Por mi parte, digo adiós a la contradicción que nos sostiene y nos contiene y muere con el último pulso. Aunque, como queden de mi algunos hitos atemporales -un gol, una palabra, un gesto a tus inmanencias, un modo de sostener la cabeza con las manos en una foto negándole el abismo pero conminándola a una extraña quietud vibrante-, todavía me vean mañana desdecirme en el orden urgente de mi taller, en un consejo antiguo que aceptarás o no pacientemente o en extrañas máscaras que, habiendo reemplazado mi rostro tantas veces, la traigan al mundo a escondidas y de a ratos; quien dice, en el aroma de la salsa fileto. Te estoy hechando de menos y tejes a mi lado. ¿Lo ves? Ahora voy a quemar este manuscrito vergonzante y canino y te voy a invitar a jugar unas manos de truco. Acaba, por fin, Brezzia, toda esta martingala. Es todo, corazón", apuntó, y ya no más.

Un valle azul, silencioso; un bosque húmedo y solidario, un árbol, una raíz sobresaliente hace un arco donde hay vida. Ahora y mientras lo voy diciendo, Brezzia el sucio es una flor sin nombre.

("De flor en flor")