Es una máquina de abrazar, te
digo. Parece una cosa hermosa, pero no te dejés engañar. Es un arma de doble
filo, ¿sabés? Si estás mal y pasás cerca de ella, te abraza de una manera que
vieras vos, no hay abrazos así en todo el continente entero, te lo firmo. Y te
absorbe lo malo, también. Te pone un brazo así en el pecho y te frota dos veces
y con el abrazo pum, se fue lo
triste. Ella lo absorbe todo, te saca lo malo.
Pero si te quedás mucho tiempo te
das cuenta. Ella lo malo se lo queda, lo propio y lo ajeno. Si la mirás al
pasar es todo alegría, pero en los ojos está la cosa. La máquina de abrazar
saca todo por los ojos, pero no con lágrimas o llantos o puteadas, como vos o
yo, saca todo por los ojos con una luz bajita, una luz triste. No sé cómo
explicarte. La tenés que ver.
Y si te quedás mucho tiempo, suficiente
como para mirar bien, esa luz se te mete y te desgarra por adentro. Pero no es
su culpa: el tema es que la máquina tendría que tener un lugar por donde sacar
tanta cosa fea, en la boca o el corazón, no sé, cualquier cosa que se pueda
destapar.
Habría que inventar una máquina
que le saque lo triste, a la máquina de abrazar…