Monday, 11 June 2012


Me desperté en un estado de excitación psicótica, después de haber soñado, en una manifestación muy compleja, que me enfrentaba al demonio, en la mejor interpretación de Sam Neill (el protagonista de Jurassic Park); quien, no estando satisfecho con su magia espeluznante, tampoco con el suspenso insoportable que envuelve su temática, ni con ser malo y querer hacer el mal de las formas más inexpresadas y tenebrosas, en fin, esta noche, la jugó de bueno, me acompañó hasta el final, y en un living amplio y moderno nos sentamos a debatir sobre lo que nos atañía, la naturaleza de los sucesos entonces superados, y lo pesqué, me sorprendió, con sumo miedo y abnegación, usando el argumento lógico que yo usase para desbaratar la persecución demoníaca en un sueño pasado, de más o menos las mismas características que el nuevo, pero, puedo agregar, transcurría en la casa de un amigo, y, si no mal recuerdo, ahí estuve solo, y el terror me despertó en ascuas, y el corazón en plena sensación de caída al vacío -las palpitaciones cesaron al rato, estabilizarme tomó horas, y la resaca me siguió como un secreto ruin, no sé hasta cuándo, acaso hoy, que me dispongo a confesarlo.

Nos encontrábamos en una cierta casa, de ventanas descomunales, mi novia, una amiga de ella, Sam, yo, y mi urgencia por proteger a las damas era apremiante. No obstante, es mi deber informar que desconozco su suerte, mas que la ventura que mi deseo haya arrojado por las oportunas ventanas a cada una de ellas, cuando la cosa se iba poniendo áspera: primero mi novia, y después su amiga, por orden de fortaleza, quizás, o bien, prioridad. El espectáculo era estrafalario y presumido. Pero el miedo, sólo digno de este tipo de contiendas: no hay peor enfrentamiento que con espectro-demonio, mal por mal, desafectado, y no sin causa: sino sin consecuencia. Corríamos Sam y yo movidos por esta fuerza indeterminada, y súbitamente, estamos degustando conjeturas, él plácidamente sentado en un sillón, meditabundo, cruzado de piernas, con la mano en el mentón; y yo, desquiciado, hurgando superficialmente unas bibliotecas, reventándome la cabeza en la búsqueda de la forma lógica que resolvería el poderoso sin sentido, cuando, Sam, en pose de adelantado, me dice: mirá, tal y tal cosa, no cierra. Por un breve lapso diagramé mi suscripción, luego mi gratitud, y cuando largué, ya desvanecido, un claro, me di cuenta de que esa averiguación era mía, que Sam me la había afanado, que el demonio no había aparecido, y que era él, había vuelto, derrotado, a darme la solución que yo usé para vencerlo la otra vez, como un aliado, amansillando el bien, y lo agarré de la cara, con mi mano izquierda, lo miré fijo, bien fijo, y mientras su cara se desformaba de vergüenza, le decía: hijo de puta, vos sos el demonio, vos sos el demonio, hijo de puta...