(...) Quiso ocultar su desenfado al caminar, quiso reflejar compromiso con su voz, quiso no
bostezar y quiso no estar ahí en ese momento; le salió esta ponencia de media
mañana soleada y tremenda apatía de último mayo escolar:
“Hola, soy Miguelito Bignozzi y mi oral hablará acerca
de la tarjeta SUBE. La tarjeta SUBE es eso mismo; una tarjeta con la que uno se
sube. ¿A dónde? Se preguntarán ustedes llenos de intriga; paciencia, puedo
decirles; ya va a llegar. Es de plástico, tiene el típico tamaño tarjeta y
sirve, una vez cargada digitalmente con dinero, para pagar los viajes de tren y
subte y no sé si algún otro medio de transporte. ¿Vieron? En su momento, con la
tarjeta MONEDERO, que es una especie de antecesora, se podía comprar en algunos
kioscos lo que uno quisiera. Por ejemplo, barras de cereal, profesora, que
usted, con todo respeto, deglute sin freno; lo cual me parece perfecto porque
son muy sanas y alimenticias. Pero no sé si con la SUBE pasa lo mismo. La SUBE
se entrega gratis, una por cada ciudadano de la República Argentina. Como dije,
se carga digitalmente en muchos lugares y se descarga apoyándola en una especie
de pequeño semáforo –en el caso de los colectivos, que es el medio de
transporte que más trabajé para hoy-, el cual en vez de tres bolitas de colores
tiene una pantalla que, para dar mayor seguridad al pasajero de no estar
haciendo el ridículo, dice SUBE. Podría decirse que los motivos que llevaron al
Gobierno Nacional a implementar este sistema son la practicidad de su
funcionamiento y la escasez de monedas que las tienen los kiosqueros. Además ya
se implementó en países como Japón y Brasil y el éxito es inmenso. Los
japoneses adoran su equivalente de la tarjeta SUBE -aunque ya lo dejaron atrás
y ahora creo que pagan con los teléfonos celulares o con sus ojos-, y los
brasileños ya le han escrito numerosas zambas y bossas ensalzándola como lo más
cómodo para ir de un lugar a otro. Dejo abierto el “Juicio Japonés”; sin
embargo, los brasileños se confunden, profesora, porque con la tarjeta uno no
va a ningún lado; no puede uno subirse a ella como a una alfombra voladora ni
sirve como llave maestra de las motos o los autos ajenos ni propios. Es decir
que si uno perdió la llave de su auto o de su moto y la tarjeta SUBE no tiene
crédito, usted tendrá que caminar, contar los pasos que implican una cuadra,
sacarse el pulóver, ponérselo si empieza a soplar y el sudor se enfría…, hacer
ruido arrastrando un palo contra las rejas –procurarse rejas, procurarse palo-,
o utilizar monedas para pagar el colectivo, tarea que a veces implica gastarse
dos viajes en golosinas para conseguir hacer uno; y si sirviera para encender
vehículos ajenos, estaríamos hablando de apología del delito. De todas maneras,
el invento es bueno y se usa mucho porque es verdad que se gana en tiempo y en
comodidad. Ahora bien, cómo la pantalla absorbe el dinero de la tarjeta es algo
que no sé, profesora, y preguntármelo sería pedirle peras al olmo, porque no
soy versado en electrónica, le aviso. Lo que sí, si la llevás adentro de la
billetera o de la mochila funciona lo mismo, e incluso hay quienes saltan
frente al pequeño semáforo amarillo a fin de posicionar su bolsillo
pantalonesco frente al lector digital y funciona lo mismo. Pregúntele si no a
Sánchez, o a Cannevaro -cuando despierte-, alumnos de la penúltima fila, que
con tal de no sacar las manos de los bolsillos laterales de la campera a la
mañana son capaces de saltar varias veces hasta que el lector absorba el
dinero; incluso yo he oficiado de banquito, alguna mañana en que me encontraron
de buen talante, con el fin de que ellos pudieran escalarme y dejar cara a cara
pantallita y bolsillo. Hay quienes, no obstante su practicidad galopante,
alzaron las voces contra la tarjeta SUBE, porque parece que el Gobierno
Nacional se queda con un registro de dónde anduvo cada persona en cada momento
–la tarjeta es personal; la suya es suya y la mía es mía-, y eso molesta,
naturalmente. Además, ¿qué sabemos nosotros lo que pasa allá arriba, con todas
las tramollas que nos anteponen, no?, ocultándonos los fines últimos, muchas
veces verdaderamente malignos y dignos de los afanos más recordado como los del
Gordo Valor o los boqueteros de Martínez, etcétera, etcétera. Qué vergüenza,
profesora, este gobierno; coincido plenamente con lo que le oí decir ayer al
director. Estoy olvidándome de algo, y es el tema de cómo el colectivero se
entera de si el pasajero va a abonar con monedas o con la tarjeta SUBE. Esto es
algo bueno porque la SUBE no implica un paso más hacia la perfecta
incomunicación entre las personas, tan japonesesamente japonesa, sino que
insiste con la necesidad de un intercambio, más no sea escueto y accesorio,
entre las personas. Más no sea en apariencia inexistente, y aquí voy (en ese momento, estimado Oh!, Miguelito hizo una
pausa más bien larga, una vez terminada la cual procedió a excusarse con una breve
disertación acerca del Negro Guerrero Martinei y el silencio de radio. Luego,
ante la mirada absorta de la profesora y el contento de sus compañeros por
estar realizando la perfecta plancha estudiantil, prosiguió: bien, es cierto que usualmente el
interesado sube al colectivo y le dice al chofer si la cosa va de monedas o
tarjeta, pero, los entero, hay colectiveros -los más perspicaces- que no
necesitan escuchar palabra alguna para saber si deben activar la máquina a
monedas o la SUBE. Lo adivinan en las caras, profesora; lo intuyen en cierta
distención muscular de las manos y el cuello, en cierto triunfalismo
principiante, según quién y qué medio utilicen, alumnos. La cara de SUBE es
necesariamente distinta a la cara de monedas. Por lo menos en este tiempo de cambio
(¡qué tiempo no lo es, Oh!. Raudos espirales son los días; arden en el beso
final de la duermevela, aquietándose o mutando en hormigas laboriosas que nos
traen en sus lomos la grava más espesa y preciada o temida de nuestra
existencia. Luego, mundo iguana, dejamos esa cola en el empedrado umbral del
alba, y entramos al nuevo día como fuegos lentos; con pasos difíciles. El nuevo
Fuyi se ha puesto en marcha; su humo, bendita sea la atmósfera, se eleva y es, una vez más, parte del aire!), a nadie le es
indistinta la experiencia de dejar caer metales acuñados en una ranura –también
hay los rotores- de la de apoyar una tarjeta de plástico frente a una pantalla
y así acceder a un viaje en colectivo, que es el medio de transporte que yo más
uso porque es hermoso viajar sentado mirando por la ventana, ¿no le parece?, ¡qué
hermoso es distenderse con el paisaje por más urbano que sea antes de entrar a
clases y aprender muchas cosas nuevas cada día! Nos vamos a acostumbrar, por
supuesto; además, el cambio no es profundo; pero, me animo a arriesgar, ya que
el chofer experimentado la observa a usted de arriba a abajo y le adivina el
medio de pago, mírelo usted a él y note que el tipo sabe lo que hace; la SUBE
es práctica y es nueva y eso los colectiveros lo tienen claro y lo ven en
nuestras rostros, en nuestras extremidades. Es grato contemplar a una persona
hacer bien su trabajo, conocer los gestos de sus clientes y regalarles una
silenciosa complicidad oprimiendo el botón indicado antes de que se sepa
verbalmente cuál es éste. Como usted, profesora hace tanto tiempo, tan
experimentada y tan querida por todos nosotros, nos adivina si estudiamos o no,
si nos copiamos o no, porque sabe lo que hace y pone lo mejor de usted a
nuestra disposición, que, si bien a veces la hacemos renegar, valoramos de
veras su talento y su paciencia para enseñar, ¡y cuánto, y con qué paciencia y
dedicación! No estoy diciendo que nosotros seamos sus clientes, de ninguna
manera; somos más bien sus humildes aunque, jeje, a veces un poco vagos
aprendices. Y bueno, usted dirá, pero a mí me parece que lo que puede decirse
acerca de la tarjeta SUBE fue dicho. Hasta le dije que en Japón y Brasil ya hay
tarjetas similares, no sé si lo sabían eso; y usé la palabra “rostro”. Igual,
como material extra, anoto en el pizarrón el link correspondiente para mayor
información, que creo que es éste. También pueden guglear “SUBE” y seguro les
aparece (Oh! plegó el diario La Razón y me escucha concentrado), y si le parece me mando a sentar, profesora.
Buenos días, compañeros. Yo que nosotros, aprovecho porque profesoras como
ésta, una sola vez en la vida, eh…”. (...)