Thursday 26 April 2012

Cara de SUBE (frammento)

          (...) Quiso ocultar su desenfado al caminar, quiso reflejar compromiso con su voz, quiso no bostezar y quiso no estar ahí en ese momento; le salió esta ponencia de media mañana soleada y tremenda apatía de último mayo escolar:
“Hola, soy Miguelito Bignozzi y mi oral hablará acerca de la tarjeta SUBE. La tarjeta SUBE es eso mismo; una tarjeta con la que uno se sube. ¿A dónde? Se preguntarán ustedes llenos de intriga; paciencia, puedo decirles; ya va a llegar. Es de plástico, tiene el típico tamaño tarjeta y sirve, una vez cargada digitalmente con dinero, para pagar los viajes de tren y subte y no sé si algún otro medio de transporte. ¿Vieron? En su momento, con la tarjeta MONEDERO, que es una especie de antecesora, se podía comprar en algunos kioscos lo que uno quisiera. Por ejemplo, barras de cereal, profesora, que usted, con todo respeto, deglute sin freno; lo cual me parece perfecto porque son muy sanas y alimenticias. Pero no sé si con la SUBE pasa lo mismo. La SUBE se entrega gratis, una por cada ciudadano de la República Argentina. Como dije, se carga digitalmente en muchos lugares y se descarga apoyándola en una especie de pequeño semáforo –en el caso de los colectivos, que es el medio de transporte que más trabajé para hoy-, el cual en vez de tres bolitas de colores tiene una pantalla que, para dar mayor seguridad al pasajero de no estar haciendo el ridículo, dice SUBE. Podría decirse que los motivos que llevaron al Gobierno Nacional a implementar este sistema son la practicidad de su funcionamiento y la escasez de monedas que las tienen los kiosqueros. Además ya se implementó en países como Japón y Brasil y el éxito es inmenso. Los japoneses adoran su equivalente de la tarjeta SUBE -aunque ya lo dejaron atrás y ahora creo que pagan con los teléfonos celulares o con sus ojos-, y los brasileños ya le han escrito numerosas zambas y bossas ensalzándola como lo más cómodo para ir de un lugar a otro. Dejo abierto el “Juicio Japonés”; sin embargo, los brasileños se confunden, profesora, porque con la tarjeta uno no va a ningún lado; no puede uno subirse a ella como a una alfombra voladora ni sirve como llave maestra de las motos o los autos ajenos ni propios. Es decir que si uno perdió la llave de su auto o de su moto y la tarjeta SUBE no tiene crédito, usted tendrá que caminar, contar los pasos que implican una cuadra, sacarse el pulóver, ponérselo si empieza a soplar y el sudor se enfría…, hacer ruido arrastrando un palo contra las rejas –procurarse rejas, procurarse palo-, o utilizar monedas para pagar el colectivo, tarea que a veces implica gastarse dos viajes en golosinas para conseguir hacer uno; y si sirviera para encender vehículos ajenos, estaríamos hablando de apología del delito. De todas maneras, el invento es bueno y se usa mucho porque es verdad que se gana en tiempo y en comodidad. Ahora bien, cómo la pantalla absorbe el dinero de la tarjeta es algo que no sé, profesora, y preguntármelo sería pedirle peras al olmo, porque no soy versado en electrónica, le aviso. Lo que sí, si la llevás adentro de la billetera o de la mochila funciona lo mismo, e incluso hay quienes saltan frente al pequeño semáforo amarillo a fin de posicionar su bolsillo pantalonesco frente al lector digital y funciona lo mismo. Pregúntele si no a Sánchez, o a Cannevaro -cuando despierte-, alumnos de la penúltima fila, que con tal de no sacar las manos de los bolsillos laterales de la campera a la mañana son capaces de saltar varias veces hasta que el lector absorba el dinero; incluso yo he oficiado de banquito, alguna mañana en que me encontraron de buen talante, con el fin de que ellos pudieran escalarme y dejar cara a cara pantallita y bolsillo. Hay quienes, no obstante su practicidad galopante, alzaron las voces contra la tarjeta SUBE, porque parece que el Gobierno Nacional se queda con un registro de dónde anduvo cada persona en cada momento –la tarjeta es personal; la suya es suya y la mía es mía-, y eso molesta, naturalmente. Además, ¿qué sabemos nosotros lo que pasa allá arriba, con todas las tramollas que nos anteponen, no?, ocultándonos los fines últimos, muchas veces verdaderamente malignos y dignos de los afanos más recordado como los del Gordo Valor o los boqueteros de Martínez, etcétera, etcétera. Qué vergüenza, profesora, este gobierno; coincido plenamente con lo que le oí decir ayer al director. Estoy olvidándome de algo, y es el tema de cómo el colectivero se entera de si el pasajero va a abonar con monedas o con la tarjeta SUBE. Esto es algo bueno porque la SUBE no implica un paso más hacia la perfecta incomunicación entre las personas, tan japonesesamente japonesa, sino que insiste con la necesidad de un intercambio, más no sea escueto y accesorio, entre las personas. Más no sea en apariencia inexistente, y aquí voy (en ese momento, estimado Oh!, Miguelito hizo una pausa más bien larga, una vez terminada la cual procedió a excusarse con una breve disertación acerca del Negro Guerrero Martinei y el silencio de radio. Luego, ante la mirada absorta de la profesora y el contento de sus compañeros por estar realizando la perfecta plancha estudiantil, prosiguió: bien, es cierto que usualmente el interesado sube al colectivo y le dice al chofer si la cosa va de monedas o tarjeta, pero, los entero, hay colectiveros -los más perspicaces- que no necesitan escuchar palabra alguna para saber si deben activar la máquina a monedas o la SUBE. Lo adivinan en las caras, profesora; lo intuyen en cierta distención muscular de las manos y el cuello, en cierto triunfalismo principiante, según quién y qué medio utilicen, alumnos. La cara de SUBE es necesariamente distinta a la cara de monedas. Por lo menos en este tiempo de cambio (¡qué tiempo no lo es, Oh!. Raudos espirales son los días; arden en el beso final de la duermevela, aquietándose o mutando en hormigas laboriosas que nos traen en sus lomos la grava más espesa y preciada o temida de nuestra existencia. Luego, mundo iguana, dejamos esa cola en el empedrado umbral del alba, y entramos al nuevo día como fuegos lentos; con pasos difíciles. El nuevo Fuyi se ha puesto en marcha; su humo, bendita sea la atmósfera, se eleva y es, una vez más, parte del aire!), a nadie le es indistinta la experiencia de dejar caer metales acuñados en una ranura –también hay los rotores- de la de apoyar una tarjeta de plástico frente a una pantalla y así acceder a un viaje en colectivo, que es el medio de transporte que yo más uso porque es hermoso viajar sentado mirando por la ventana, ¿no le parece?, ¡qué hermoso es distenderse con el paisaje por más urbano que sea antes de entrar a clases y aprender muchas cosas nuevas cada día! Nos vamos a acostumbrar, por supuesto; además, el cambio no es profundo; pero, me animo a arriesgar, ya que el chofer experimentado la observa a usted de arriba a abajo y le adivina el medio de pago, mírelo usted a él y note que el tipo sabe lo que hace; la SUBE es práctica y es nueva y eso los colectiveros lo tienen claro y lo ven en nuestras rostros, en nuestras extremidades. Es grato contemplar a una persona hacer bien su trabajo, conocer los gestos de sus clientes y regalarles una silenciosa complicidad oprimiendo el botón indicado antes de que se sepa verbalmente cuál es éste. Como usted, profesora hace tanto tiempo, tan experimentada y tan querida por todos nosotros, nos adivina si estudiamos o no, si nos copiamos o no, porque sabe lo que hace y pone lo mejor de usted a nuestra disposición, que, si bien a veces la hacemos renegar, valoramos de veras su talento y su paciencia para enseñar, ¡y cuánto, y con qué paciencia y dedicación! No estoy diciendo que nosotros seamos sus clientes, de ninguna manera; somos más bien sus humildes aunque, jeje, a veces un poco vagos aprendices. Y bueno, usted dirá, pero a mí me parece que lo que puede decirse acerca de la tarjeta SUBE fue dicho. Hasta le dije que en Japón y Brasil ya hay tarjetas similares, no sé si lo sabían eso; y usé la palabra “rostro”. Igual, como material extra, anoto en el pizarrón el link correspondiente para mayor información, que creo que es éste. También pueden guglear “SUBE” y seguro les aparece (Oh! plegó el diario La Razón y me escucha concentrado), y si le parece me mando a sentar, profesora. Buenos días, compañeros. Yo que nosotros, aprovecho porque profesoras como ésta, una sola vez en la vida, eh…”. (...)