Sunday 18 March 2012

Demodotalqueunavezdicho

       Llovió tanto que la calle no está; la cubre un agua marrón espejada que lleva palos y hojas desde la derecha hacia la izquierda de mi casa, según su frente. El cielo revienta, al fondo, en un rosa o salmón furioso que ya palidece, como el día, hasta lograr un celeste donde se puede descansar la vista. Un poco más arriba, las nubes grises entristecen el panorama, que por lo demás, en un rato va a ser negro plomo; si limpia, si se vacía la calle y los palos, las hojas mojadas, se aquietan por hoy.
       Los árboles entumecidos perdieron color y densidad. Sólo se distingue su contorno movido por el viento que recorta el cielo callado; después son como una placa oscura y sin profundidad, negra a la vista que cruza de una a otra a vereda.
               
     Una Hecho en Buenos Aires, año 6, nº 78, febrero de 2007; encima suyo un vaso de agua que transpira y la moja y le dibuja un contorno húmedo en su anverso; un cenicero de hierro, dos puchos apagados dentro; un lápiz negro; una birome roja; un espejito con marco de plástico; una lámpara de escritorio que descansa sobre un posa lámparas de hilo; papeles recortados; un libro de Erich Fromm que no me pertenece; un Adán Buenosaiyres, Seix Barral, junio de 2011; un pedazo de crayón y un encendedor, ambos naranjas, sobre el escritorio de madera. Ya es de noche.

        La lluvia torrencial, acortinada, que cayó como cuchillos durante toda la tarde no hizo disminuir más que un poco la temperatura: de treinta y dos a veintiocho grados. La humedad es la misma. El único que se alza con encono y revuelve el éter mecánicamente para refrescarme siquiera con aire templado es el ventilador de techo que no perdió su potencia, a pesar de todo. Lo mecánico o eléctrico va perdiendo su potencia, contra toda propaganda y prospecto que dictamina lo contrario, u omite toda referencia al palidecer de los aparatos eléctricos o mecánicos. Como los días o las caras o las revistas y los boletos de tren, palidecen. Algunas no, es verdad. Hay las caras y revistas que encienden y se encienden y mirarlas o leerlas fabrica chalecos de lana para el pecho en julio. Es decir que uno se olvida de pensar sonríe y vive. Es decir que los paisajes industriales que puedan aparecer en Avellaneda o en una fotografía de algún lugar en Estados Unidos tienen gracia y un porqué. Aunque… las revistas podrían ser broches en la soga que es las caras. Hay las caras. Qué tranquilidad.