Cándido soldado del domingo,
En el letargo de tu querencia,
La austeridad brindó a los nietos su mejor banquete.
Se instauró la navidad
En la dulce fragancia de los muebles;
Y, por primera vez, temieron los bichos bolita,
En las yungas del patio,
Bajo la sombra de helechos gigantes.
Lábil al ímpetu del padre,
Anclado en el recorrido de tangos,
Acechado por estridencias de ferrocarril,
Sorprendido de acantilados.
Obediente y apostolado,
Su legado es silencioso,
Y su consejo confesión.
Una o dos veces
Soltó una mala palabra.
Murió.
Y recién ahí,
Volvió a prenderse un pucho,
Para no hacer escándalo.