Buenos
Aires, 31 de agosto de 2012.
Al Excelentísimo Sr. Presidente de la Nación.
S
/
D.-
Con todo respeto, tome la bota de gamuza averiada
del habitáculo para calzados situado en el ropero, o de donde sea que se halle.
Deposítela sobre la mesa previamente tapizada con papel de diario. Véndele los
orificios por donde sospechamos que miran a la bota sana. Encienda la radio, un
cigarrillo. Haga que la yerba se cebe. Haga que la bota averiada se esté
quieta; si fuera menester, sóbela. Amordácele la lengüeta y pídale disculpas.
Separe un poco más todavía la suela de la bota –un poco más allá de donde se ha
roto, y no pregunte por qué-, hasta su mitad, por ejemplo, y ponga la bota
dentro de la morsa –si no gozase de morsa, en las manos de un hermano o de la
primera dama, o bajo una silla previamente subida a la mesa, o debajo de una
plancha de hierro o de su mismísimo culo. Extraiga el pomo de Fastix de su caja
y desenrosque la tapita. Mantenga la nariz lejos y alerta. A esta altura, Señor
Presidente, ya habrá despejado ambas superficies interiores –bota y suela- del
polvo y goma de mascar tan recurrentes. Ahora, apretando con los dedos en lo
gordo del pomo, describa sobre la suela una parábola de Fastix semejante a una
dentadura postiza. Inmediatamente, de toque, Señor Presidente, y usted verá
cómo se las arregla solito, cierre el pomo y una suela con bota, debiéndolos
dejar unidos y bajo una presión aconsejable de ochenta mil kilos fuerza durante
doce horas. Un broche le servirá; y a su vez broche y bota debajo de la mesa; y
si lo deja la primera dama, broche, bota y mesa debajo de la casa (puede pasar
a buscar el crique por mi despacho). Ello hasta que Fastix seque y suela y bota
sean solo uno otra vez. ¡Cuidado! No toque nada si sus manos están manchadas
con Fastix. No fume ni cambie el dial; no estornude ni acaricie a nadie.
Permanezca con las manos en alto, lejos del cuerpo; si deseara pensar,
procúrese una mano amiga para apoyar su barbilla; ni se le ocurra tener
comezón, o, en realidad, rascarse, a menos que no le incomode permanecer en una
pose deshonesta por el resto de sus días. En todo caso frótese contra los
muebles. Bajo ningún punto de vista pierda la calma –pero eso es tan difícil
como saber si alguna vez fue su dueño, Sr. Presidente-. Aguarde en ese limbo
ruinoso que sólo el agua tibia procurada por un prójimo hará terminar. Una vez
las manos despejadas de Fastix, póngase guantes, haga un bollo con el papel de
diario y tritúrelo con tijeras de podar. Luego métalo en una bolsa y la bolsa
en la basura. Ni se le ocurra echarle fuego; e insisto, ni se le ocurra exponer
a la bota sana a semejante espectáculo de cuasi resurrección y gamuzería
plástica. Cuando le toque, pues le tocará. Las doce horas de espera podrá
invertirlas en lo que más quiera, realmente, de corazón. Gócelas, ame y mire
sin temor. Cumplido el plazo –no sea impuntual para atrás ni para adelante-
levante la casa, devuélvame el crique, quite la mesa y saque el broche de la
bota. Tome la bota y deposítela junto con su melliza. Si todavía le sobra algún
billete, gástelo en revividor de gamuza Rex. Mímelas un poco. Júreles que no
son nobuck ni cuerina, y que ya están listas para que alguien –dicen que los
hay y que son la gente más noble- las vaya a cuidar, gastar y querer como
ellas, solo ellas, merecen. Con todo respeto, me debe una; hay quienes
conservan durante añares botas de gamuza, rotas o sanas, en su ropero,
ocultándolas de su vida en las veredas y de sus estoicos y cándidos usuarios.
Mañana, en la reunión de Gabinete, me pasa el dato de la banda ancha gratuita,
pues, lo entero, se ha corrido la bola.
Suyo, El Ministro de Hacienda.
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