I
Prueba de mi tuyo entendimiento
No te desveles, amigo
aquí las cosas
tampoco suceden,
todo es inminente aquí y allá:
la caída del cielo raso,
mi aplastamiento,
el tuyo,
el grito de la mujer de ojos blandos;
todo se cae demaduro.
¡Vieras con qué ojos me miran
las lánguidas cosas que van a pasar!
Me pinchan, me agarran,
Me dan vuelta, me abren, me duermen,
me doblan.
Toman de mi vaso y no lo lavan.
De ahí ese gusto a té de limón.
Aquí y allá,
y la piedra en el costado.
No te desveles, amigo
Aquí también
Las cosas
Se me escapan.
II
Prueba definitiva de la nimiedad humana
He asistido ayer al oleaje del mar en un momento cualquiera de la noche:
Las cosas suceden
III
Ejercicio de la nimiedad
Tal vez en un valiente acto de fe debas recortarte el bigote, darle un empujoncito a la aleta del ventilador para que dé una, dos y tres vueltas pesadas y se emborrache definitivamente (hasta que no pueda) en su propio vigor. No eliminarlo sino acondicionarlo, prepararlo para el futuro. Volverte, por un rato y ya que no es posible el cien, ochenta o noventa por ciento acto; que quede apenas un diez por ciento del otro lado, sólo como garantía, donde podremos poner tu boca inútilmente abierta y los ojos de fantasma degollado frente al espejo. Después me contás.
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