Soy el inventor de los ensueños en lo más alto del invierno y la noche del estío. Trabajo en mi galpón de nubes sobre un nuevo fondo de los alimentos. Una cebolla, por caso: a medida que sea ingerida se irá incorporando una historia, un libro, una leyenda. Uno termina de comer la cebolla y ha leído una novela de Dostoievski; una moneda de chocolate, un cuento de Isidoro Blaisten. Un racimo de uvas, la Batracomiomaquia; un choripán, El Entenado de Saer; un tomate, Drácula; un caldo de verduras, El Otoño del Patriarca; un mango, Capitanes de la Arena; cerezas, Dice que no sabe de Pizarnik; piñones, Sueño de una noche de verano o alguna comedia de Aristófanes, no me resuelvo todavía. Cualquier banquete, por frugal que sea, importará amor límpido, resumen, con sus adelgazamientos, de la historia de la literatura. Apostaría que es igual más allá de Greenwich, aunque la niebla no me lo deje ver y al empirismo le piquen las orejas.
Cátulo Anselmini, "La Información"
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